El otro día, la madre de Óscar Mayer
le dijo a la mía en la carnicería:
Le voy a comprar a mi Óscar un
ordenador portátil para que escriba su
vida. Al fin y al cabo, lo que cuenta tu
Manolito tampoco es nada del otro
mundo.
Muy bien, pero tendrás que
arriesgarte. Mi Manolito tuvo que
confesar desde el principio que a él le
llaman el Gafotas, el tuyo tendrá que
firmar como Óscar Mayer con letras
bien grandes.
De eso nada, él se llama Óscar
Sandoval.
Y mi madre le dejó bien clarito:
Reconócelo, como Óscar
Sandoval no lo conoce nadie en
Carabanchel (Alto).
Y todas las señoras dijeron a coro:
¡Reconócelo, reconócelo!
Así es la vida en mi barrio, nos
encanta tirarnos las verdades a la
cara, aquí nadie puede engañar a
nadie.
Mi amigo Óscar Mayer nunca
escribirá su vida porque su madre no le
va a dejar que empiece su
autobiografía diciendo: «Me llamo
Óscar Sandoval, pero todos mis amigos
me conocen como Óscar Mayer, el rey
de las salchichas».
Y es que para escribir una
autobiografía hay que tener mucho
valor. Cada vez que aparece un nuevo
tomo de la gran enciclopedia de mi
vida yo salgo a la calle
superavergonzado, porque todo el
mundo se entera de nuestras
intimidades íntimas, no sólo yo, a mi
madre le da vergüenza ir al mercado y
que Martín, el pescadero, le diga:
Pero Catalina, no le pegue usted
esas collejas al Manolito, que luego no
le rinde en la escuela.
Eso le dice otra señora
aprovechona, yo, al mío, si le tengo
que dar le doy en el culo y con la
zapatilla, para no hacerle daño a él y
para no hacerme daño yo.
A mi padre, en los bares de
carretera, los camareros le preguntan:
Manolo, ¿y cuánto dice tu
Manolito que te queda para acabar de
pagar el camión?
A la Luisa tampoco le gusta que
todo el mundo sepa que Bernabé es
propenso a los gases y que tiene
peluquín. Mi madre la intenta
conformar:
Pero, mujer, cómo no van a saber
que tiene peluquín si los domingos se
pone uno de distinto color; y lo de los
gases el que más y el que menos
A mi abuelo le trae al fresco que se
desvelen todos sus secretos:
Y a mí qué me importa que sepan
que la dentadura es postiza, que estoy
de la próstata, que ronco como una
morsa y que me paso el día en el
Tropezón Desde que las viejarracas
del Hogar del Pensionista saben todos
mis defectos acuden a mí como moscas.
Ahora gusto mucho más que antes,
cuando pensaban que era el típico
viejo perfecto.
El Imbécil también está contento,
aunque no le gustó nada que en el
segundo tomo desvelara su verdadero
nombre. Él quiere seguir siendo el
clásico niño de cuatro años con un
misterio que ocultar.